Si las cosas fuesen como son
Si las cosas fuesen como son
Una ruptura amorosa obliga a la narradora de esta novela a regresar después de años a la casa de la Tumbona: «Oigo desde mi cama las pisadas de mi madre yendo y viniendo por la casa. El ritmo atropellado de un pie izquierdo que no se pone de acuerdo con el derecho. Una madre de seis ruedas que derriba los alambrados. Por eso le decimos Tumbona. La Tumbona te come el espacio, te tumba». En esta nueva convivencia, observa extrañada a su familia y lo que la rodea: una playa de arena blanca que tiene «además de hombres, cúmulos de patrones», la alfombra de pétalos que caen del jacarandá. La prosa, atenta a lo mínimo, mezcla ráfagas de recuerdos con imágenes del día a día, mientras pasa las tardes cortando flores para hacer cigarrillos: «Triturar flores con las manos da un dolor especial en el cerebro. Los pétalos secos se deshacen, se forma un polvo muy fino que se dispersa y se mete en la nariz, sube hasta la frente y embota el pensamiento».